Cartas de lectores
Queridos lectores;
A partir de ese momento, me la pelaba esperando aquel chorrito de leche que me demostrase que por fin era un hombre.
Me la pajeaba en cualquier sitio y situación. Importándome una soberana mierda la gente que me rodeara en aquel momento o aquello que estuviese haciendo.
Así, mientras veía cualquier episodio matinal de Oliver y Benji, aprovechaba la empalmada matutina y los cereales ricos en calcio bañados con leche, para intentar ordeñarme a mi mismo y poderme autoabastecer.
Los años se pusieron encima de mí y de mi polla. Entonces ella cambió de color, las venas empezaron a apoderarse de ella y los pelos empezaban a decorar el marco del miembro. Eran cambios importantes y decidí celebrar cada nacimiento de un nuevo cabello con una masturbación.
Los catálogos de ropa, las revistas para adolescentes de mi prima y la prensa rosa de mi madre me daban la suficiente superficie de carne como para levantar el cavernoso músculo.
Después de una frenética pelada el tímido semen se precipitaba sobre el papel de water, los clínex, imaginando que caía sobre la satinada carne de la modelo.
La perversión se asoció conmigo en un parque oscuro de mi ciudad. Me escondía atrás de los secos arbustos del parque, al mismo tiempo que espiaba a parejitas follándose con ropa, besándose con hierba, amándose con nubes; yo me acariciaba el bulto de mi tejano con los ojos abiertos cómo un gran centro comercial los sábados.
Un día, improvisé sacándome la polla detrás del arbusto y pajeándome mientras las lenguas de la pareja se escupían entre ellas a escasos metros de mí. Sus manos recorrían las tetas, el coño, los labios, el pelo, la cara de ella y la brisa de la tarde acercaban esa sensación hasta mis manos; hasta mi polla masturbada.
Los disparos acababan siempre en la misma región del arbusto y mientras las últimas gotas se dejaban caer del capullo, los semenosos hilos se deslizaban de hoja en hoja, de tronco a tronco hacía la tierra.
Casi un año después, en esa tierra nació un vicioso arbusto; en el que en la primavera saltaban de sus verdes hojas unas magníficas bolitas blancas. Mi semen hecho miel.
Todavía miro orgulloso aquellos arbustos cuándo paseo por ese parque.
Cambios en mi escolarización me situaron en la edad adulta legal del ciudadano. Por una incompatibilidad de horarios no podía acudir a mis citas diarias con los arbustos.
Trasladé mi centro de operaciones a mi conexión a Internet. Una nueva era se abrió como una linda puta ante mis huevos: los videos pornos. Pero no se trataba de aquellos videos en VHS admirados en silencio mientras parte de tu familia dormía. Eran aquellos videos que podías observar antes o después de un gran y al mismo tiempo aburrido trabajo sobre las teorías kantianas, en cualquier instante, o en una relativa calma de convivencia.
Aquellas secuencias memorizadas segundo tras segundo, postura tras postura, labio tras labio, se almacenaban en mi cerebro, que a modo de cine de pantalla panorámica se proyectaban en el vaho de la caliente ducha. Donde entre el champú y el gel, el semen encontraba su preciado sitio en el desagüe.
Una borracha noche mi semen se encontró con el muro transparente y anticonceptivo. No se trataba de una simulación realizada gracias un condón regalado en alguna promoción, alguna clase de educación sexual o alguna compra en algún bar.
Estaba follando, tenía mi polla atrincherada entre dos labios calientes y poderosos que me hacían moverme de forma casi mecánica a la vez que intentaba digerir aquella situación.
Las cosas fueron funcionando, unos meses follaba, algunos un poco, pero la mayoría no follaba. En cambio, mis pajas me perseguían fielmente. Me masturbaba antes de mantener la relación, durante la relación, las blancas y frías manos ajenas movían rítmicamente el pellejo de mi polla y después de la relación, rememorando sus gemidos, sus labios, su pelo, sus besos, sus pechos, el piercing…
Llevo demasiado tiempo sólo, aunque en realidad, convivo con ella. Me recibe cuándo vuelvo de mi asqueroso trabajo, me acompaña viendo una película o me relaja antes de acostarme. Así que no me siento tan desgraciado. Pero creo que dependo demasiado de ella.
Verán estoy harto de pajearme, no puedo más. Tengo la polla tan dolorida como un ojo atravesado por miles de alfileres. Me la pelo mucho y con todo. Llega un momento en el que las películas de TODO tipo me aburren, así que mi imaginación se desbordó del más dramático inconciente y ahora me masturbó delante de plantas, piedras, paisajes, estufas, sofás y todo aquello que su cuerda cabeza puedan imaginar, pero todavía más exagerado.
Ya ni quiero mantener relaciones sexuales con otras personas, sólo quiero a mi sexo, poseerlo con mis manos, mis dedos, mi placer, mis placeres. Ya no recuerdo que cualquier otra persona me haya rozado, tocado o acariciado sólo yo. Sólo yo.
Deseo con estas líneas pedir ayuda para formar un grupo de personas en el que podamos masturbarnos libremente a nosotros mismos en compañía.
Pues creo que la peor consecuencia de ser un/a pajero/a es la soledad. Siempre estamos solos cuándo lo hacemos, te acabas creando tus mundos, tus piedras, tus estufas, tus plantas; porqué no podemos realizarlo como un acto social.
Una pajero queriéndose socializar;
por_unas_pajas_sociales@hotmail.com
Carta publicada en El País
32 de biciembre del 2006