miércoles, diciembre 20, 2006

Por fin, libre

-Vete, no quiero volver a verte nunca más-.

Tras las palabras su gesto se contrajo, giró enfocando hacia el centro la mirada, clavando hacia abajo la vista. A la barra.
A su derecha quedaba transpuesto aquel ser que tanto lo atormentaba desde hará, ya casi, dos décadas, el cual lo miraba sin saber que decir; balbuceando pero sin atreverse a hablar.

- No hace falta que te plantes ahí como si no pasara nada. Ya te puedes largar. ¿O acaso crees que bromeo? – Soltó con desprecio.

- Pi….pi….piensa en lo bien que lo hemos pasado a veces. Piensa en aquellas cosas que me decías, que me escribías…. Piensa en lo que te he enseñado, en todo lo que as aprendid…….

- ¡¡¡Calla!!! – Inquirió -. ¿De verdad quieres que me compadezca de ti? ¿Ahora? ¿Me vienes con súplicas y viejos recuerdos? Tú y yo hemos acabado, no insistas, o quizá no responda de mis actos….

- ¡Salvaje! ¡Tómame como solías hacer! ¡Ciega tus ojos contemplándome! ¡Déjate llevar! – Imploró el/la aludido/a.

- ¡Zorra de mierda! Cuando pienso en ti me obligo a hacer zozobrar mi mente copa tras copa, me obligo a romper en llanto, tan o más amargo que feliz fueron mis días contigo.
He decidido que en mi vida no tienes cabida, que ya me has hecho todo el daño que tenías que hacerme. ¡Que por mí como si te mueres! –serenó su voz, miró fríamente su vaso de whisky, dónde aún flotaban los restos de dos cubitos, que se desvanecían con el mismo temple y constancia que el corazón destrozado del/la ultrajado/a se desmoronaba.- Déjame acabar este trago tranquilo, por favor olvídame….

- No……

¡¡¡¡¡¡¡CRAAAAAAAAAAAAASSSSSSHHHHHH!!!!

- ¡Aaargg…! – Gritó fuera de si. Se miró la mano derecha, que ahora emanaba convulsivamente chorros de sangre de las heridas abiertas con el cristal hincado en sus carnes. La barra se impregnó de licor y se engalanó con pequeños cristalitos brillantes esparcidos.

- ¡Voy a matarte! –. Farfulló.

Ante la atenta mirada del barman que ya se había predispuesto a acabar con aquella tangana, él se abalanzó sobre su víctima, azotándole derechazos cristalizados en la cara, desgarrando su faz, dando rienda suelta al más bravo de los ríos sangrantes. Su tez roja, su mirada suplicante, y su gesto de horror se vieron asaltados por un puño izquierdo sano, poderoso y fuerte que impactó en el centro de su cara, quebrándole el huesillo de la nariz. Cayó al suelo, sacudido/a por la inconsciencia y los espasmos nerviosos.
- ¿Ves lo que te pasa al final? ¿A no me querías hacer caso? ¿A que no? ¿Ves lo que pasa? ¡¡¿¿LO VEEEEES??!!

Tras las palabras, una patada tras otra impactaron en su cráneo, en su cuello, en su lumbar; por todo su cuerpo.
Entre cuatro parroquianos y el dueño del bar consiguieron alejar al animal del cuerpo convulsionado que se retorcía en el suelo. Seguía pataleando al aire y maldiciendo a cualquier.
Lo empujaron y estamparon contra la pared repetidas veces, hasta que su ataque de rabia desapareció y se calmó. Su mano sangraba muchísimo, y en su frente se adivinaban regueros de sangre procedentes de su cuero cabelludo. Su respiración era rápida y entrecortada. Poco a poco fue disminuyendo el ritmo cardíaco, hasta llegar a total serenidad. Fue ese momento en que pidió otra copa.

- Lo de siempre, por favor-. Murmuró. Dejando perplejos a los presentes, acomodándose de nuevo en su asiento. –Ahora puedes llamar a la policía sin problemas. Me entrego. No daré más problemas. Ya he hecho lo que tenía que hacer-.

Mientras tomaba su última copa en libertad, al lado mismo del ser que él había matado, la policía venía de camino.
A poco aparecieron dos agentes. En la puerta del bar, deslumbraba de azul la oscuridad, las flamantes luces giratorias del coche patrulla.

- ¿Nos acompaña?- le dijo uno de los servidores de la ley.

- Por su puesto, apuro mi copa y nos vamos-. Concluyó la frase con un trago largo con el que acabó su vaso que estaba por la mitad, más o menos. En el cristal sólo dos hielos. Aún intactos.

Se levantó del asiento, miró a un agente a la cara, e hizo ademán de que ya podría proceder. Él mismo ajuntó sus manos en la espalda y se dejó esposar.

Mientras el policía lo esposaba y su mano derecha palpitaba y dejaba fluir, auque muy poca, algo de sangre, él miró fijamente al cadáver.
Algo lo paralizó y estremeció su cuerpo y mente de placer y horror entremezclados. La víctima, en el suelo, desfiguró su gesto y rostro. Le brotó largo cabello negro y liso, acompañado de unos ojos también negros y muy grandes, junto a una sonrisa inocente. Volvió a cambiar de repente. Ahora, sonrisa picarona y mirar rasgado, ojos de faraona, y también cabello largo, negro y liso. Incluso más largo y más liso.

A cada parpadeo incrédulo de él variaba la cara de la víctima. Cada vez sentía más satisfacción que miedo. Sabía que estaba pasando. Realmente había cumplido con su objetivo; ya era libre. Esposado pero libre. A punto de ingresar en prisión, pero LIBRE.

Lo encaminaron hacia la puerta a sacudidas.

- ¡Vamos!- exclamó el agente que lo dirigía. El otro hablaba fríamente con el transistor que llevan siempre en la cintura. Pedía a central que acudiera una ambulancia lo más rápido posible.

Antes de traspasar la puerta del bar, al exterior, giró súbitamente la cabeza, desplazando incluso al policía, que sorprendido reaccionó esperando resistencia del preso.
Él, no se rebeló, simplemente volvió a mirar de nuevo el jeto del cadáver. Esta vez el pelo era más cortito y castaño. Los ojos grandes y redondos. Lunas le parecieron. Carita de niña y luz en sus labios.
Rompió en carcajadas: - ¡Lo he conseguido, si! ¡Por fin! ¡Soy libre!

El A M O R quedaba tendido en el suelo, bajo la barra de un bar.

Cuando llegaron los enfermeros ya no había cadáver, ni rastros de lucha, ni cristales, ni nada. Nadie de los allí presentes alegaron nada, todos estaba como abducidos.

Un parroquiano notó de repente un pinchazo en el pecho, y sonrió. Fue como una inyección de vitalidad y alegría.

El A M O R nunca muere, pero quizá (y digo sólo quizá) no consiga atormentar más a aquel que acabe con él.

Hoy, preso y asesino de nada, cumplo condena por despedazar una parte de mí. Aquella que no volverá. Adiós, ya no te quiero.