martes, enero 25, 2005

Luna Blanca

Llevaba corriendo más de 30 minutos. El pecho estaba apunto de reventar, sentía mi corazón en la garganta. Mis ojos llorosos todavía seguían irritados. Mis manos arañadas y frías tocaban mi destrozado rostro. Sentía latir a mi mejilla izquierda, hinchada, se mantenía todavía en mi cara.


El hinchazón de mi rodilla izquierda, punceante, se hacia insoportable. Caí al suelo; el intento de amortiguar la caída rajó mi mano derecha, el cristal atravesó mi piel como si fuera whisky. Y la sangre esquivaba el trozo de cristal para descansar reposadamente sobre mi mano.

Lentamente pude darme la vuelta. Mirando hacía arriba, ví como la Luna Blanca escondida entre las finas hojas de aquellos negros árboles, se apoderaba de mis recuerdos. Mientras apretaba con mi mano izquierda mi roja mano derecha. El nuevo dolor que sentía en mi mano, hizo que la acercase a mi pecho, cerca de mi corazón, que no sabia porqué, seguía latiendo.


Y allí, con la Luna Blanca como testigo y mis manos hundidas en el pecho, empecé a llorar de nuevo y mis lágrimas saladas calmaron el hinchazón de mi cara mientras recordaba una y otra vez la carretera, el coche, el accidente… Y la Luna Blanca seguía mirándome fijamente…
- ¡¿Eres tu La Muerte?! – grité.

domingo, enero 09, 2005

Leyenda de la cita en Samarra

Por casualidad, un criado oyó en la plaza del mercado que la muerte lo estaba buscando. Volvió a casa corriendo y dijo a su amo que debía huir a la vecina población de Samarra para que la parca no lo encontrara.
Esa noche, después de la cena, llamaron a la puerta. Abrió el amo y encontró a la muerte, con su larga túnica y su capucha negras. La muerte preguntó por el criado.
-Está enfermo y en cama -se apresuró a mentir el amo-. Está tan enfermo que nadie debe molestarlo.
-¡Qué raro! -comentó la muerte-. Seguramente se ha equivocado de sitio pues hoy, a medianoche, teníamos una cita con él en Samarra.

viernes, enero 07, 2005

Tengo ya preparadas las respuestas
para las entrevistas periodísticas
que me harán en la prensa, radio y tele.
Querrán saber qué opino y cómo soy.
Me mostraré ingenioso y espontáneo.

Tengo ya preparadas unas listas
de personalidades importantes
e incluso redactados ya los textos,
muy agudos, de las dedicatorias.

Tengo ya preparadas las metáforas
que servirán como brillante ejemplo
o síntesis que aclare lo que exponga.
Saldrán como galaxias de las páginas.

Y tengo preparada mi postura
al sentarme o de pie, tono de voz,
expresión de los ojos y la boca.
Todo está preparado. Todo a punto.
Puedo empezar, pues, a escribir mi libro.


JOSÉ MARÍA FONOLLOSA

Mente sin respuesta

En la puerta de un instituto empieza a salir gente, es la hora de ir a casa y comer.
-¿Te acerco? -me preguntó Luis. Ese cabrón sólo quería follarme, siempre se ponía en plan servicial y simpaticón. Me asqueaba.
-No, que va, ya voy sola. - Me marqué una risa fácil para no parecer molesta.- Total, ya sabes que no vivo lejos. Hasta otra.
-¡Adiós!, ¡Adiós!- Digeron unos.
-¡Yeee, nos vemoh! –Me dijo una de clase.
-¡Déu! – Respondí.

No estaba para esa clase de tonterias, mirando al suelo y con paso rápido, caminé hacia mi casa. Sabia que ahora mis padres estarían sufriendo, aún no se como les pude hacer eso. Los imaginaba amarrados al sofá, llorando ante el niño, mi hermano, de tan solo 4 años.
El olor a sangre lo presentía por toda la casa.
¿Que les paso a mi familia que algo me aseguró que nunca más me verían? Aceleré el paso, me di cuenta que lloraba, estaba llorando mucho e histéricamente. Corrí tan rápido como pude, y pensé que no vivía tan cerca, que llegaría tarde, incluso pense en Luis.

Llegué a mi portal y llamé al ascensor. Tardaba, el ascensor estaba tardando, y yo también.
Entré en el ascensor, presa de pánico, y empecé a gritar a mis padres y a mi hermano:
-¡¡Papaaaaaaaaaaaa, mamaaaaaaaaa!!, ¡Carlitoooooooos!
Salí escopeteada, busqué las llaves. Las saqué, se me cayeron. Las manos me temblaban, y la voz no era menos. Se podia decir que habitaba en mi un terremoto con epicentro cerebral.
Aún no se como les hice aquello, como se me ocurrió aquella idea de consumar tal venganza con la ayuda de Luís. Entre los dos nos propusimos....

Abrí la puerta, y al instante vomité. Daba verdadero asco ver aquello.

(Matarlos)

-¡Joder, has tardao cabrona! ¿Que coño te pasa, ehhh? - Me gritó Luis descontrolado, estaba lleno de sangre, y su mirada era odio. - ¡Acaba con ellos maldita puta, que no pillarán, han chillado mucho!
-¡Nooooooo! Que has hecho, ¡¡no quería esto!!

La imagen siguiente me marcó para todo la vida; mi hermano descuartizado en el salón y mis padres atados, emitiendo gruñidos delirantes, sin ojos y brutalmente apuñalados; con un sólo hilo de vida.

-Aaaaaaaagh!!! -Me dió una furia asesina y les aticé a ambos con un paraguas que abia a mano, hasta matarlos.
Acto seguido apuñalé a Luis en el corazón.
Una palabra salió de su boca nadando en sangre. No se si fue 'adiós' o 'dolor'.

¿Que me llevó a aquello?, ¿por qué los odiaba?, ¿cómo convencí a Luis para que me ayudara?

Nada tenia respuesta, yo quería a mis padres, simpre fueron buenos.
Me puse de cuclillas, derrotada, y seguí llorando mas y mas, mientras notaba que mi corazon no tenía cabida en mi pecho.
Me di cuenta que algo me escocía, palpé mi entrepierna. Ahora entendía lo de Luis; me había follado.

¿Y porqué no lo sabia o no me acordaba?, ¿y porqué matar a mi familia?

Estaba loca y sufría de doble personalidad y esquizofrenia, entre otros males cerebrales que ni recuerdo.

¿Llegaría el psiquiatra que necesitaba urgentemente? No lo sabia, y tampoco esperaría.

Cerré los ojos y ví a mis padres muertos en el sofá con las cuencas vacías; abrí los ojos y los volví a ver.

En acto de suicidio y compasión, me atravesé de sien a sien el cuchillo que acabó con Luis.

-¡Papás, os quiero!
-Aaaaaaagggghhhh........

Sólo son palabras

Me sobra piel, me sobran penas, me sobran pesadillas;
Me falta compañia, me falta deseo, me falta sexo.
Ya no tengo cariño, no tengo calor, no tengo alegría;
Tengo frío, tengo amargura, tengo desamor.


Daría todo lo que tengo y no tengo por dormir a tu lado;
Escuchar tu latir cerca de mis rodillas;
Mirar tus ojos cerrados suavemente,
tu dulce boquita entreabierta;
Ver como el Sol acaricia tus húmedos labios,
al tiempo que mis dedos acarician al Sol.


Pensar cada día que estas con otro,
que yo no te merezco,
que no te quiero como tendría que quererte
y tú me quieres más de lo que debes.



Me encanta el reencuentro,
besos y sexo en cualquier lavabo, cualquier biblioteca...
Volver a besarnos como el primer tímido beso;
Volver a reír abrazados, sintiéndote;
Volver a sonreír a tu lado, cerca;
Volver a vivir queriéndote.



Ahora juegas en otro jardín.
Ríes y follas allí;
Creo que ya jamás pensarás en mi.
"Me da igual:
me voy a poner deltoya sin parar."

lunes, enero 03, 2005

Control de alcohlemia

Con mucho alcohol corriendo por nuestras venas, caminábamos por una calle céntrica de Sabadell, aquella noche de felicidad inducida por la bebida. Reíamos y hablábamos, recordábamos viejos tiempos...y el viento fresco y el cigarrillo de marihuana nos sentaba de puta madre. De repente, ese buen ambiente que nos acompañaba toda la noche se quebró tras la aparición de dos agentes, encargados de mantener la ciudad en orden y los ciudadanos en silencio; marionetas del poder. Al divisar aquellos uniformados a lo lejos nos deshicimos rápidamente del porrito, de las risas, y una sensación de miedo se apoderó de nosotros. Los agentes se acercaban y nosotros caminabámos intentando disimular nuestro estado de embriagadez; sabíamos que si nos paraban daríamos positivo, la cuestión era pasar desapercibidos. Cuando nos encontramos frente a frente, nos ordenaron identificarnos. Inmediatamente después sacaron los collares; eran flexibles, estaban fabricados con un material semejante a la silicona, y se podían ajustar al diámetro del cuello. Habíamos escuchado una multitud de historias sobre éstos, sabíamos con toda seguridad lo que nos iba a suceder, los tres empezamos a sudar. Cuando me lo colocaron, empezé a notar un cosquilleo en el cuello, que se extendía rápidamente por todo el cuerpo... los dos agentes nos observaban con una sonrisilla de mala leche. El cosquilleo era soportable, pero sólo duró unos segundos. Luego vinieron las descargas eléctricas y las lucecillas. Mis piernas empezaron a temblar, ya no podía controlar mis movimientos ni disimular, el collar empezó a emitir unas luces. Había dado positivo. Aquellos cabrones no nos quitaban los collares, usaban ese intrumento de control también para torturar. Sentía dolor y no sé cómo lo conseguí, pero me arranqué el collar y salí corriendo. Uno de los agentes decidió darme caza. Yo era mucho más veloz a pesar de ir bebido; menudo subidón de adrenalina, me había desprendido del dolor y me sentía más libre que nunca. Corría sin parar y sin rumbo.