martes, enero 25, 2005

Luna Blanca

Llevaba corriendo más de 30 minutos. El pecho estaba apunto de reventar, sentía mi corazón en la garganta. Mis ojos llorosos todavía seguían irritados. Mis manos arañadas y frías tocaban mi destrozado rostro. Sentía latir a mi mejilla izquierda, hinchada, se mantenía todavía en mi cara.


El hinchazón de mi rodilla izquierda, punceante, se hacia insoportable. Caí al suelo; el intento de amortiguar la caída rajó mi mano derecha, el cristal atravesó mi piel como si fuera whisky. Y la sangre esquivaba el trozo de cristal para descansar reposadamente sobre mi mano.

Lentamente pude darme la vuelta. Mirando hacía arriba, ví como la Luna Blanca escondida entre las finas hojas de aquellos negros árboles, se apoderaba de mis recuerdos. Mientras apretaba con mi mano izquierda mi roja mano derecha. El nuevo dolor que sentía en mi mano, hizo que la acercase a mi pecho, cerca de mi corazón, que no sabia porqué, seguía latiendo.


Y allí, con la Luna Blanca como testigo y mis manos hundidas en el pecho, empecé a llorar de nuevo y mis lágrimas saladas calmaron el hinchazón de mi cara mientras recordaba una y otra vez la carretera, el coche, el accidente… Y la Luna Blanca seguía mirándome fijamente…
- ¡¿Eres tu La Muerte?! – grité.