martes, noviembre 16, 2004

Un tipo mediocre

“¡¡Eres un hijo de puta!!”
Esto fue lo último que me dijo Marta, mi novia durante dos años.
No estoy del todo acuerdo con ella. Más que hijo de puta soy un tipo mediocre. Ya saben, tengo una vida mediocre y todo lo que eso conlleva.

Un trabajo mediocre. Soy un técnico especializado, muy especializado, mi objetivo fundamental es comprobar que los papeles que lleguen a mis manos estén todos correctos. A mi me encanta medir los márgenes de cada uno de los documentos, en ocasiones he encontrado fallos milimétricos; hablo de errores de 0.5 milímetros empleando una regla de centímetros. Creo que mi compañera de trabajo nunca ha conseguido una marca semejante. Pero mi jefe no entiende de marcas. Me parece que no entiende de nada. Pero hace entender que entiende, es un jefe.

Mi familia mediocre. Hablamos muy poco entre nosotros. Supongo que mi hermana continua estudiando y que mi hermano, el pequeño, trabaja. No se en qué. En ocasiones coincidimos en la mesa; pero para eso esta la televisión. A veces hablo con mi madre, esta a punto de jubilarse y quiere irse con mi padre al pequeño apartamento de la playa. “¡Y sólo a veinte minutos de la playa!” Así cautivó el astuto promotor a mis padres. Esos veinte minutos eran en coche y cada año debido a los continuos movimientos de arena que realizan los funcionarios, el mantel acuático queda más lejos. El año pasado en pleno Agosto tarde cuarenta minutos en encontrar algún lugar donde dejar el coche.

La verdad es que la relación entre Marta y yo, resultó mediocre. En el último año, nuestra rutina fue una elaborada estrategia empresarial que tenía como gran objetivo transformar nuestro romántico e idílico amor en simple compañía. Yo le hacía compañía a ella y ella a mí.
Durante este año sabíamos que los lunes iba a buscarla a la puerta de su facultad. Después a casa. El martes yo tenía inglés y ella gimnasio, quedábamos en la parada del tren para ir a dar una vuelta. Los miércoles no nos podíamos ver. El jueves iba a su casa porque su madre iba al cine con sus amigas, ni follábamos. El viernes después de trabajar y de su gimnasio cenábamos fuera; después al bar de siempre, la misma copa de siempre. El sábado por la tarde, grandes almacenes, ropa, mucha gente. Por la noche misma discoteca que hace 1 año, misma hora de entrada la una y treinta y cinco. Misma hora de salida: “Amor vamos, que después hay mucha gente”. Los domingos deje de ver el fútbol, resultaba que me encantaban todas las películas de Sandra Bulloch, Julia Roberts, Richard Gere y compañia; pero yo no lo sabía.

Ayer jueves y en medio de este caos de ordenada mediocridad, me lié con mi compañera de trabajo. Sólo un poco de sexo malo entre dos estanterías, llenas de márgenes prefectos.

Si que fue infidelidad; fui infiel a la asquerosa mediocridad, a la maldita rutina. Porque ya no estaba enamorado de Marta sino de su compañía y de la rutina compartida.