Dentro
Me adentré en su profundidad. No sabía nada de lo que encontraría. Esa idea fue la que me cautivó y me empujó a entrar. Esa duda fue la que me permitió vivir intensamente de algo desconocido por conocer. Luego, entré.
Apareció delante de mí una morena de ojos claro. Ojos cielo con oscilaciones infernales, cuyas pupilas eran de papel, dispuestas a mojarse con lágrimas de azul calambre para mi consciencia. Sentí repentinamente una impotencia reservada a los solitarios sin causa, a los que revolotean sin ANIDAR. A los que como yo (yo mismo) ausentan la razón de su ALETEO. Todo eso percibí de su mirar.
(Su cuerpo era maravilla.)
Me alejé, me dispuse a no sufrir, y fui directo a por un pelotazo, arrastrando a mi pesado cuerpo embriagado por toda la sala hasta llegar a la barra. Me esperaba negra y mojada, con su luz y su sombra exquisita. Yo me agazapé en ella. Reafirmé mi amor apoyandándome vicioso en su lomo. Duro lomo de frío mármol que envenena de calor mi lujuriosa alma. En fin, me sirvieron otro cubata.
Rozando su frío me alejé de ella, dejando marcado el paso de mis dedos por su superficie. Me adentré en la discoteca, de nuevo en su profundidad. Volví a sentirme perdido, con la especial sensación de sentirme, más que nunca, en casa.
Anduve solo y con latigazos de sangre directos al glande (dícese: erección). Así, ¡joder!, con la poya dura, y con mi vaso en la mano.
Me sentí más bohemio y soñador que nunca. Estaba dentro del lugar de encuentro de mi soledad con mi poca esperanza. Ambas me incitaron a beber. Nunca quise ser un alcohólico, no fui yo quien me envició. Les tomé la palabra, sólo eso.
Volví a rozar un cuerpo. Noté su calor adentrarse por los poros de mis manos, y mi piel se puso de gallina, y me ‘engalliné’ de tal forma, que agaché la cara descuidadamente mientras le tocaba el culo. Nunca la miré esperando su SI. Me fui sin hacer ruido, pero sobre todo dolido. Incliné mi vaso cual volquete y bebí un trago largo.
Al salir a la calle, después de unas horas de pretencioso ALETEO, me encontraba agarrando de la cintura una mujer espléndida, lúcida de expresión y con cara de ángel aventajado en la consumación de la alegría. Me propuso ANIDAR cerca del cielo, en su misma casa, y no me quise negar. Me arrastró su marea de esplendoroso cauce. Me deje llevar.
En conclusión deduje, que mi soledad expuesta al desnudo, en frente de la impotencia ante la morena de mirada celeste, más mi poca esperanza de albergar bajo el arrope de mi ser el culo de aquel cuerpo que me hizo ‘engallinar’, fue devastado y aniquilado en su habitación.
Me llevó a su hogar. me sedujo impregnando.
Acabé mi vaso y me quedé solo. Cogí el coche, y haciendo ‘eses’ conduje hasta mi casa.