En el camino
A medida que iba avanzando, el campo parecía hacerse más y más grande. Todo a su alrededor no era más que pastos de hierba amarillenta y reseca que recubrían una extensa planicie adornada con ligeras dunas. Éstas armonizaban y daban silueta a tan desértico terreno.
Se preguntó cuanta distancia le quedaba aún por recorrer para llegar a donde debía. Desesperanzadoramente, supuso que aún no se había acercado, ni de lejos, a la mitad del trayecto. Para más inri el Sol parecía estar bostezando, y derramaba sombras sobre el campo. Las sombras cada vez eran más largas, y el camino se le antojaba eterno.
Notaba también como la garganta se le secaba y le pedía agua. Se había descuidado de coger una botella de mano para el camino. Nunca hubiera imaginado que fuera un trayecto tan largo, así que obvió cargar con el líquido vital. Eso sí, lo último que hizo antes de emprender el camino fue rendirle cuentas a la garrafa, llenando hasta cuatro vasos, y bebiéndolos uno tras otro. Ahora daría lo que fuera por al menos otro vaso mas de aquel agua mineral que dejó atrás.
Por desgracia, no sólo le inquietaba la sed y el dolor de las piernas, también empezó a preocuparse mucho por la brisa fresca que parecía avisarle de que pronto vendría el frío con sus cuchillas invisibles.
Se encontraba en una situación que si no daba pronto con el lugar al que se dirigía, sólo podía ir a peor. Estaba angustiada, y se sorprendió gritándole a la inmensidad en un arrebato de furia y frustración enloquecedora. Ese tipo de comportamiento sólo ayudaba a empeorar la sequedad de su garganta, pero, aún así, algo dentro de ella hizo que se sintiera aliviada, como si hubiera recibido una fugaz inyección de vitalidad.
Simplemente no pudo más, y la noche la engulló, acurrucándole con una fina manta perlada de escarcha bajo la que descansaría por siempre jamás.