jueves, enero 05, 2006

No me hace falta tu voz

Entré en el pub.

Estaba bastante lleno, como de costumbre, a aquellas horas de la noche. Iban a dar las 2 de la madrugada, y yo aun estaba solo (también como de costumbre) y sereno; y eso me ansió. Me encaminé directo a la barra.

El pasillo era estrechito y tuve que chocar con algunas personas para poder llegar. A una pareja que se estaba dando el lote, les corté el royo con un empujón (involuntario y, a la vez, obligado, teniendo en cuenta aquel cúmulo de personas para tan poco metro cuadrado) en la espalda de ella, con lo que respondió él con una mirada desafiante y varonil.

Pensé: un ‘chuloplaya’, y continué mi camino; yo quería beber, no que me miraran mal.

Por fin llegué a la barra, y alcé el brazo llamando, así, la atención del barman. Parecía no hacerme ni caso, estaba muy ocupado, y me empezaba a desesperar.

En eso que, oteando el bareto, me percaté de la presencia de una muchacha sentada sola en una mesa, con la cabeza gacha y aspecto muy triste. Olvidé la copa que tanto ansiaba y me dirigí a ella.

Me acerqué a su mesa, y ella levantó la mirada de repente, en gesto de susto y sorpresa a la vez. Sin decir nada, moví una silla y me senté. Ella frotaba sus ojos, como si hubiera estado llorando. Tampoco dijo nada.

- Hola. – dije de forma seca y segura. Ella seguía sin decir nada.

- ¿Estás bien? – insistí. Quería de ella aunque solo fuera una palabra. No se que extraña sensación noté, que de alguna manera sabía, que lo consideraría un éxito por mi parte.

- Veo que eres tímida y callada, me gustan las personas que saben hablar con la mirada. – contesté a su silencio. Me levanté sin prestarle más atención y me encamine a la barra de nuevo.

- Aaagh, ngnoo geeee baaahaaa!! – pronunció.


Me paré en seco, volví a mirarla y vi que me miraba fijamente. Seguí camino a la barra.

Esta vez, el barman no tardó en acudir.

- ¿Que quieres beber? – me preguntó.

- Un whisky solo y una cerveza con limón cuando puedas. – respondí. Seguía absorto pensando en el balbuceo que salió de su boca. Palabras reprimidas, pensé.

Pagué las bebidas i volví a la mesa. Ahí estaba ella, esperándome. Noté que me necesitaba.

- Hola otra vez. – Le dije. – Esto es para ti. –, y le ofrecí la clara.

- Gggggg, grrragaaaa – respondió ella como pudo. Me di cuenta que se ayudaba de las manos para expresarse. Era muda.

Al percatarme, me fascinó mucho más. Nunca había conocido a una muda en esas circunstancias, y quise saber de ella. La vi más bonita de lo que nunca pudiera haberla visto. Quise, entonces, interesarme por ella, saber que le pasaba, porque estaba tan triste y tan sola.

- ¿Qué te ocurre?, ¿Porqué estas tan sola y triste? – me interesé.

Siguió balbuceando y no lograba entenderla. Movía sus manos con desdén y algo de cabreo. Vi que me señalaba hacia el pasillo estrecho por donde había ido chocando con la gente.

- Gggggghhh, mmmgmm, daaaagggmmg! – exclamó como pudo. Expresaba con rabia algún sentimiento, y no paraba de señalar por aquella zona, como si me quisiera hablar de alguien.

Empezó a hacer gestos como si se estuviera besando con alguien, i entonces comprendí que se refería a la parejita que se estaba dando el lote.

- ¿Qué pasa con ellos?, ¿te gusta él? – pregunté inquieto. Ya estaba cerca de saber que le pasaba.

Negó rotundamente con la cabeza, no era eso lo que le pasaba.

- ¿Es ella?, ¿la conoces? – le pregunté esperando un sí, sabía que sería eso.

Ella asintió efusivamente con la cabeza, y por primera vez pude apreciar una sonrisa en su cara. Por fin la había entendido, pero seguía sin saber el porque de su tristeza.

Continuó gesticulando e intentando hablar como podía. Notaba la fuerza de su garganta intentando sacar las palabras que se agarraban fuertemente en el velo de su paladar y en sus dientes; reacias a salir.

Al fin, después de por lo menos, un cuarto de hora dándome lecciones de mímica y expresión corporal, pude entender realmente cual era su pesar y frustración.

Su ‘amiga’, que había acudido con ella al pub, a la primera de cambio se fue con aquel guaperas, dejándola a ella sola. Pero no solo eso, me contó como pudo, no era la primera vez, que cuando estaban juntas, ella intentaba evitarla, como si se sintiera molesta por su presencia, o algo así. A grandes rasgos, pude apreciar eso.

- ¡Maldita puta! ¿Quién se ha creído que es? – Me enrabietó de verdad saber lo que pasaba. ¿Cómo podía alguien frustrar a una persona de esa manera, aun sabiéndolo?

La cogí de la mano y nos levantemos de la mesa. Nos dirigimos juntos a la puerta, para salir. En nuestra mesa, aun llenos, dejábamos dos vasos, uno de whisky y otro de cerveza con limón.

Nos acerquemos a los tortolitos. Me planté delante de ellos.

- Oye. – le dije al tipo, que me volvió a mirar de arriba abajo, todo vacilón.

- ¿Que poyas quieres?, ¿No ves que estoy ocupado? – Refunfuñó.

Aprecié el choque de miradas que hubo entre ellas. Fue fulminante. A él no le mostraba atención. Con el solo hablaba.

- Lo siento, pero no se que coño haces con una tía que no sabe hablar. – Respondí serenamente.

Me fijé en la expresión atónita que se le quedó a aquella tía despreciable, y como poco a poco fue tomando sus mejillas un tono rosado de vergüenza. Volví la mirada hacia mi chica. Se le veía contenta, muy sonriente, orgullosa, y sobre todo liberada.

La besé con pasión y nos alejemos de ellos sin que pudieran ni siquiera responder. Estaban de piedra. El anonadado y ella sumamente avergonzada.

Abrí la puerta, notemos el frío de la noche en nuestras caras, y desaparecimos abrazados hacia el final de la calle.

“La verdadera grandeza de las palabras se consigue sin necesidad de voz. Un silencio puede hablar por si solo, haciendo callar a voces incapaces de comprender”.