lunes, febrero 21, 2005

Actriz principal

Volvía por la antigua carretera. Podía ser cualquier atardecer de cualquier inverno, hacia frío y todo el paisaje que me acompañaba en mi solitario viaje permanecía inerte, quieto, tal vez esperando.
Estaba cansado había sido un largo viaje, por fin volvía a casa después de ocho meses fuera, durante esos ocho meses no había existido en mi ciudad. Yo no estaba allí con los míos, no lloraba, no reía, no hablaba, no tocaba, no bebía; en mi ciudad, no existía. Y allí dentro de ese pequeño utilitario todavía me sentía más insignificante en medio de esas grandes y majestuosas montañas. Ésas que siempre han estado allí, nunca han dejado de existir.
Yo en cambio desaparecí en busca de un mejor trabajo, más dinero y vivir en una gran ciudad. Había renunciado a todo por aquella oportunidad, ahora arrugada en la papelera de mi despacho en la séptima planta del Edificio Platino.

Entre las montañas perdí la emisora que escuchaba, cautivo de mis pensamientos no me había percatado hasta ese instante.
Sintonicé una nueva emisora, ahora una locutora chillona daba paso a la siguiente canción, de la cual tan sólo logré escuchar la parte final: “…hacerte feliz”.
Ya en las primeras notas del piano supe que aquella canción la había escuchado tiempo atrás. Y la voz surgió. Primero la voz rota del cantante, segundos más tarde la voz melosa y bonita de la cantante. No había duda, era nuestra canción.
A veces una canción te retrata, te recoge todos y cada uno de tus sentimientos, te entiende, te abraza, te mece y te lleva allá dónde tú deseas estar.

Detuve el coche, subí el volumen y salí fuera; sentado al borde de la carretera, quedaba bajo mis pies un gran y oscuro valle. Posé mis frías manos sobre mis rodillas y la canción me abrazó y me susurró su nombre. Entonces recordé los paseos por la universidad, las noches en el cine, los interminables cafés. Después me meció y escuché su voz, ví de nuevo mi rostro reflejado en el claro marrón de sus ojos, pude volver a sentir su perfume, volví a “verte sonreír”. Y me llevó cerca de ella otra vez: “en algún lugar debe haber algo para ti, que no tengas ya”.

Apenas duró cinco minutos. Me levanté, entré de nuevo en el coche, bajé el volumen, cerré la puerta y pensé: las personas nunca desparecen.
-Los Elefantes - Me gustaría poder hacerte feliz-