miércoles, marzo 14, 2007

A 40º

En su puerta, recién llegado, esperaba un camión de reparto. Lo divisó por la ventana y mirándose al espejo, comprobando su buen aspecto, salió a la calle dirigiéndose al transportista. Éste ya caminaba hacia la puerta, con la mirada baja mirando los formularios de entrega que llevaba en las manos.

- Buenos días -. Dijo.
- Buenos días, señor….Manbate -. Saludó. – Aquí traigo su pedido. Firme aquí.

Cogió el formulario y mientras leía por encima el documento y se disponía a firmar, el trabajador ya descargaba la mercancía para el señor Manbate. Al pasar por su lado, dejó la carpeta de los documentos, ya firmada, encima del paquete que arrastraba el transportista con la transpaleta.

- Muy bien – Murmuró, sin parar de avanzar con la transpaleta hacia el domicilio del cliente.

El trabajador se despidió y se fue. Manbate ya tenía su pedido, era el momento de poner en marcha sus intenciones.

En las cajas rezaba la inscripción: ‘Nutty Yards 12-year-old scotch Whisky’. Tenía ante él cien cajas del mejor whisky escocés. Ya podía empezar a suicidarse alcoholizándose.
Manbate tenía muy claro lo que quería hacer: morir a whiskies, pero no sabía cómo lo iba a hacer. ¿Lo bebería a chupitos?, ¿En combinados?, ¿Dobles en copa y sin hielo?, o quizás ¿debería beberlo directo de la botella? No lo sabía, no lo tenía claro.

Decidió pensarlo empezando a beber. Eran las nueve de la mañana y no había comido nada. Se sirvió un doble con 3 hielos y se sentó a meditar, sorbiendo de poco en poco su copa.
Rumiaba y rumiaba. Quizá sus ideas de suicidio acabarían en simple intento. No estaba seguro si bebiendo moriría. No sabía si caería inconsciente y levantaría diez horas después con una tremenda resaca. No sabía si sería capaz de acabar con todas y cada una de las botellas en el proceso. Sólo tenía una cosa clara: moriría alcoholizándose en menos de veinticuatro horas y usando todas las botellas previstas. Todo un reto mortal; sin duda.

Por tanto, le quedaba largo rato para dar con la solución. Disponía de tanto rato como el que tardase en acabar inconsciente por las copas que iba ingiriendo. La primera concluyó, ya había cargado la segunda.

Cerró los ojos y pensó, pensó. Pensó.
No volvería a abrir los ojos hasta pasado un buen rato. Estaba en profunda concentración, incluso se servía las siguientes copas a ciegas, salpicando y mojándose por el tembleque de su muñeca.
Siguió bebiendo. Pasaron 3 horas.
- ¡Lo tengo! – gritó excitado. Abrió los ojos y se levantó de un salto del sofá. Ebrio y descolocado cayó ruidosamente al suelo. Reía. Reía mucho.
- ¡Lo tengo, lo tengo! – Vociferó. Empezaban a aparecerle lágrimas en el rostro. Estaba sumamente emocionado.
Arrastró todas la cajas hasta el cuarto de baño, donde empezó a sacar una a una y a depositarlas con cuidado (todo el cuidado que puede tener un borracho en fase eufórica) en la bañera. Se sentía muy borracho y excitado.
Ya tenía todo preparado, pero le faltaba algo. Un palo, un hierro; algo contundente. Salió del lavabo dispuesto a encontrar algo que le hiciera el apaño por su casa.

De tumbo en tumbo se arrastró por todas las estancias hasta llegar al desván, donde dio con lo que buscaba: un bate de béisbol. Se paró a pensar en el bate. Nunca jugó a béisbol, nunca lo había utilizado. Recordó que fue un regalo de un amigo que viajó a América. Inscrito en la madera se leía: ‘New York Yankees’. Hoy usaría el, aún sin estrenar, presente neoyorquino.

Se dirigió de vuelta al lavabo. Ahora si que lo tenía todo preparado para morir.
Antes de ejecutarse decidió pajearse por última vez. Se desnudó y agarró su pene, el que ya alzaba palpitante en erección. Empezó a masturbarse enérgicamente, con pasión arrebatadora, con fuerza; con amor.
Mientras se la sacudía con la derecha, con la mano izquierda se cogía una botella para seguir bebiendo. Se pajeaba tragando whisky.
Levantó el brazo y vertió la botella sobre su cabeza. Se rociaba en licor su cuerpo desnudo, a la vez que su excitación aumentaba más y más. Bebía del chorro, soltaba su poya y se acariciaba extendiendo el líquido por su cuerpo, y volvía a asirse el miembro.
Dejó caer un chorrito en el glande. Se tambaleaba con una sonrisa resplandeciente en la cara.
Terminó la botella y la arrojó con fuerza dentro de la bañera. Saltaron cristales al romperse, en el mismo instante que eyaculaba ferozmente. Jadeó y cayó mareado encima del retrete, quedando de rodillas, transpuesto y exhausto.

Se repuso y buscando apoyo llegó hasta el bate. Lo cogió, lo levantó y al mirar la inscripción leyó: ‘Nutty Yards Whisky’. Soltó una carcajada a la que sobrevino un amargo vómito que lo dobló apretándose el estómago y sollozando.

Se irguió de nuevo, agarró con fuerza el bate y miró fijamente a su ‘bañera-bodega’.
Arremetió con las botellas con el bate. Iban saltando cristales por todos lados, pero él seguía golpeando, rompiendo, gritando.
El whisky empezaba a posarse en el fondo de la bañera, escurriéndose entre botellas inferiores.
Siguió rompiendo botellas, golpeaba con el bate como estaca en novela vampírica, quebrando en cada sacudida más y más botellas.
El nivel de whisky en la bañera empezaba a ser importante, ya había llenado casi la mitad.

No pasaron dos horas cuando trozos de cristal flotaban en whisky a casi tres cuartos de altura de la bañera. Volvía a arremeter contra el líquido cristalizado, buscando y destrozando en el fondo las pocas botellas que aún seguían intactas.
- Su baño ya esta listo, señor Manbate- se dijo.

Como pudo, doblado por el cansancio y la borrachera, se metió poco a poco en la bañera.
Cristales crujían bajos sus pies desnudos, cortando su piel, haciéndole sangrar.
Chillaba mucho pero no se detenía. Fue agachándose hasta quedar sentando. Ahora el dolor lo sacó de su nube ebria, haciéndolo delirar y enfermar profundamente. Por su cuerpo tenía cristales hincados y cortes dispersos hechos por los cristales flotantes de su alrededor. Aún quedaban botellas por romper. Lo notó. El whisky ahora tomaba un tono de orina infectada.

De golpe entró en convulsión. Su cuerpo a la vez que manaba sangre absorbía whisky por las hendiduras en su carne, y fue eso junto al estado de shock provocado por las heridas, lo que desencadenó su reacción convulsiva.
Ya fuera de sí, dominado por los espasmos y el delirio febril más profundo que se pueda imaginar, se agitó y rotó sobre su eje. Turbina humana en mar etílico de cristal.

Ahora las corrientes de sangre eran más intensas y el baño se tornó de un rojo más denso. Ya casi no reflejaba el amarillento escocés.
De pronto su cuerpo paro en seco. Un leve palpitar espasmódico. Otro. Otro. La muerte.

Allí quedo la bañera; llena de sangre, whisky, cristal, trozos flotantes de carne, restos de vómito anclado en la parte alta de las paredes de mármol, y con un cadáver inédito; embalsamado a 40º.

''Todo sufrimiento se torna en bienestar; en ésta o en la otra vida.''
V.K.L
''Nunca me pidas que deje de beber''
Leaving las vegas