lunes, noviembre 27, 2006

Un periquito azul y amarillo

Entre mis otras muchas aficiones aquellas de las que de vez en cuando os rindo cuenta como si esto se tratase de un altar de sacrificio Maya.

Sacrificio porque están mal vistas por aquellos que llevan un cartel de Moralidad en la frente. Por cierto, yo lo llevo en el culo y me encanta escuchar como cae al vacío en el retrete impulsado por mierda envenenada en whisky, y tampoco soy tan diferente. ¡CHOOOF!

Bien, estoy exhiVionista.

Porque creo que no se puede ser exhiVicionista, puesto que es un proceso al cual llegas después de unas cada vez más breves y concatenadas etapas. Una analogía podría ser el estado de la embriaguez, estar borracho.

Las etapas, en la anarquía de vicio e ilegalidad no son obligatorias, ni mucho menos necesarias, y dependiendo del cumplimiento de unas u otras se llega a un estado de exhiVicionismo diferente.

Todo un clásico, me hice con un chaquetón que intercambié con una vagabunda ansiosa de una polla medianamente higiénica y algo de ácidos; el trato parecía justo. La diferencia entre este intercambio y que te sirvan un cubata de garrafón es: ninguna.

El chaquetón olía a vino, ranciedad, orín y amor.

Una vez de vuelta me lo probé y todavía embriagado por el sexo y la droga. Ciertamente nunca sabré ordenar esta maravillosa enumeración, sexo y droga o droga y sexo.

Empecé a desvestirme arrinconando la ropa como si me deshiciera de ella para siempre que con rabia, como resistiéndose, se golpeaba fuertemente contra el suelo del baño.

Luego, con suma delicadeza, como si me calzase el zapatito de cristal de Cenicienta, me engalané con el chaquetón.

Fue entonces cuando me percaté de lo asqueroso que resultaba el conjunto; en gran culpa debido a la disposición de mi cuerpo, porque el chaquetón era maravilloso.

Y éste fue el motivo que me empujó a salir a la calle.

Sino hubiese resultado tan repulsivo me hubiese quedado. Puesto que la diferencia entre mi chaquetón y mi cuerpo desnudo con la foto de cualquier campaña publicitaria de una marquesina del autobús sería nula. O incluso agradable.

La exageración de la desigualdad es lo que me empujó hacerlo. Es lo que realmente provoca la reacción del resto.

Bajaba en el ascensor y caí en que el lugar donde exhiVirse es si cabe, todavía más importante que el hecho.

Mientras reflexionaba me di una vuelta con las manos en los bolsillos y tocándome con cada teta, cada culo, cada boca. No reflexioné, me puse cachondo.

Sentando en un banco fumando un cigarro a los que siempre les pregunto si va a ser él quién acabe con todo esto, aunque si acaba con mi vida el todo ya no me importaría.

Fue cuando observé a un periquito azul y amarillo en un flácido y deshojado platanero cuándo supe el lugar hacía donde dirigirme.

Cuán periquito azul y amarillo extraviado y expectante ante la supervivencia en un platanero. Los turistas, extraviados y expectantes ante la vida llegan volando; el aeropuerto.

Claro no sería en el mismo aeropuerto. Un sito alejado del gentío es la carretera que une el aeródromo con la ciudad. Una camino repleto de buses lanzadera. Aquellos vehículos que van desde el aeropuerto hasta los principales lugares de la ciudad.

Después de ver un estándar aeropuerto, pues todos son iguales, mismas tiendas, mismos sándwiches y cafés, misma policía, y misma gente. Yo les lanzaba contra la fealdad y me sentía muy orgulloso que yo fuese lo primero que vieran de la ciudad.

Aunque, ¿no es el turismo la extremosidad del exhibicionismo? La Ciudad se muestra, seduce con sus calles, perfuma con sus olores, los operarios frotan con ahínco los mejores monumentos, como cuando yo me frotaba la polla, para mostrarlos bellos y relucientes, como yo.

Realmente las caras que ponían los ancianos japoneses no eran distintas de cuando observan la catedral. O los ojillos perversos encima de los mofletes colorados de las inglesas se repetían en cualquier discoteca de la ciudad delante de los camareros.

¡¡VIVA EL TURISMO!!- Gritaba durante mi detención.

Durante el trayecto comprobé el placer de estar desnudo en un coche policial.

Todos estamos desnudos ante el poder; sólo hay que saber disfrutarlo.