miércoles, enero 25, 2006

En el segundo cajón

Si me desnudas

no encontrarás NADA:

sólo soy piel, pelos y babas.

Tírame desde el ático,

mira feliz como no puedo volar.


CLONG!


Caeré como un pesado saco.

Un gran saco de sentimientos caducados,

y en medio de los caducos

mi polla brillante te saludará.


Tú sólo querías a mi brillante,

venosa, cabezona y cruel polla.

Jamás me besaste en los labios;

no pude sentir una caricia tuya

por más veces que tus frías manos

traspasaran mi dura piel.


La deberías haber cortado

y dejarme VIVIR sin ella.

Feliz sin mi polla

reiría, bebería y bailaría

en cualquier bar.

¡FELIZ SIN MI POLLA!


Lo hice yo por ti

allí la tienes a ella.

Ya no hace falta mi existencia

para su existencia.

Esta en el segundo cajón

del congelador;

justo al lado de mi corazón.

lunes, enero 23, 2006

Os la describiré

Os la describiré.

Un par de días más tarde volví a aquella misma terraza. Necesitaba más cerveza y pensar.

Pero todo se fue a la mierda porqué ella estaba allí.

Sentada con un grupo de amigas. Seguía riendo como el otro día.

Su sonrisa al anochecer era más gigante, como una inmensa cueva llena de pequeños trocitos de nubes blanquísimas.

Sus labios eran tan carnosos que el inferior cubría en parte al superior. De tal manera que cuándo permanecía callada la boca le hacía forma de pucherito. Y mientras las demás hablaban ella se mordía sus labios con rabia maldiciéndose porqué ella también quería opinar, comentar. Era entonces, cuándo sus dientes apresaban a un trocito maravilloso de labio y el deseo estallaba en su cara. Maravilloso.

Su larga melena de color castaña parecía pintada por Van Googh. Unos inquietantes reflejos rubios aparecían y desaparecían sobre su pelo.

La melena nacía de un ralla de forma desigual, casi zigzagueante, en el centro de su cabellera. A partir de ella sus finos y pintados cabellos se escapaban por toda su cabecita. Parecía levemente despeinada, pero estaba encantadora.

Debajo de aquel ejército de cabellos:

Sus ojos penetrantes; parecían cansados y una fina línea de color oscuro descansaba debajo de ellos. Eran oscuros aunque desde aquella oscuridad y de forma increíble radiaban luz.

Luz que iluminaba toda su cara. Se trataba de ojos grandes e inquietantes; en ocasiones su mirada parecía perdida, confusa; aunque después recuperaba toda su fuerza. Extraordinario.

Y entre esos focos de luz oscura, tenía cabida una pequeñita y redondeada nariz. Era delicada y delgada. Jamás había visto una nariz tan perfecta. Fantástica.

Me miró. Yo no pude aguantar su mirada. Desvié la vista rápidamente hacía la madera de la mesa, cómo si estuviese guardando penitencia después de admirar tanta belleza.

A partir de ese momento, me sentí feo, asqueroso. Y pensé que mi mirada sucia e impúdica se había estado clavando por todo su cuerpo como una espada sin su consentimiento.

Pero seguía espiándola gracias al reflejo del cristal. Estaba mucho más cómodo observándola así.

Sus manos acariciaban el casco de cerveza suavemente. Su manicura era cuidada. Uñas largas y con forma cuadrada.

Entonces imaginé esas uñas rascándome el tejano, abriéndome los botones, entrometiéndose en mis calzoncillos, buscando mi glande para acariciarlo, cuidarlo, acogerlo entres sus finos dedos. Sentir mi caliente polla en sus finas manos, mientras sus preciosos y carnosos labios rozaban mi cuello y su amplia lengua jugueteaba con mi oreja.

Luego, me miraba y sus ojos se clavaban en los míos, entonces se mordía el labio inferior con una dulce sonrisa terriblemente sexy y empezaba a masturbarme fuertemente.

Pero ella seguía allí sentada lejos de mí. Así que me puse mi pesado chaquetón en mis espaldas, introduje mi mano pajeadora en mis calzoncillos y comencé a masturbarme mientras seguía mirándola a través del cristal.

Algo falló mientras yo era feliz pajeándome en la terraza; ella se levantó y se acercó hasta mi mesa. Intenté mantener la compostura, saqué mi mano de la polla, cerré fuertemente las piernas y esperé.

Efectivamente, se dirigía a mi mesa.

- Perdona, ¿tienes fuego?

- Sí, un momento… -Respondí nervioso.-

El mechero estaba en el fondo del bolsillo de mi chaqueta. Al rebuscar dentro, la chaqueta cayó hacía el suelo yo instintivamente la recogí del suelo, sin pensar en que este gesto me haría abrir las piernas.

-Toma, aquí tienes.- Y sonreí.-

Pero ella no estaba mirando al mechero que sostenía en mi mano.

Sino que sus ojos abiertos como el coño de una actriz porno, estaban fijos sobre mi morcillona polla atrapada entre los botones de la bragueta.

Se giró y la perdí Para Siempre.

viernes, enero 20, 2006

¿Para siempre?

Y allí estaba ella. Borracha en la terraza con los ojos brillantes y una sonrisa gigante.

Podría perderme entre tu melena mientras busco el cielo.

Podría fundirme con tu lengua y recorrer todo tu cuerpo.

Podría tirarme sobre tus pelos erizados como un faquir.

Podría recorrer cada poro de tu piel con mi afilada lengua.

Podría clavarme tus pezones erectos en mis ojos.

Podría escuchar a tu coño agarrarse a tu tanga.

Podría sentir las contracciones de tu magnífica vagina.

Podría oler tu flujo resbalándose por tus ingles.

Pero, debería hablarte.


Seguí a mi camino y nos perdimos…¿para siempre?

jueves, enero 05, 2006

No me hace falta tu voz

Entré en el pub.

Estaba bastante lleno, como de costumbre, a aquellas horas de la noche. Iban a dar las 2 de la madrugada, y yo aun estaba solo (también como de costumbre) y sereno; y eso me ansió. Me encaminé directo a la barra.

El pasillo era estrechito y tuve que chocar con algunas personas para poder llegar. A una pareja que se estaba dando el lote, les corté el royo con un empujón (involuntario y, a la vez, obligado, teniendo en cuenta aquel cúmulo de personas para tan poco metro cuadrado) en la espalda de ella, con lo que respondió él con una mirada desafiante y varonil.

Pensé: un ‘chuloplaya’, y continué mi camino; yo quería beber, no que me miraran mal.

Por fin llegué a la barra, y alcé el brazo llamando, así, la atención del barman. Parecía no hacerme ni caso, estaba muy ocupado, y me empezaba a desesperar.

En eso que, oteando el bareto, me percaté de la presencia de una muchacha sentada sola en una mesa, con la cabeza gacha y aspecto muy triste. Olvidé la copa que tanto ansiaba y me dirigí a ella.

Me acerqué a su mesa, y ella levantó la mirada de repente, en gesto de susto y sorpresa a la vez. Sin decir nada, moví una silla y me senté. Ella frotaba sus ojos, como si hubiera estado llorando. Tampoco dijo nada.

- Hola. – dije de forma seca y segura. Ella seguía sin decir nada.

- ¿Estás bien? – insistí. Quería de ella aunque solo fuera una palabra. No se que extraña sensación noté, que de alguna manera sabía, que lo consideraría un éxito por mi parte.

- Veo que eres tímida y callada, me gustan las personas que saben hablar con la mirada. – contesté a su silencio. Me levanté sin prestarle más atención y me encamine a la barra de nuevo.

- Aaagh, ngnoo geeee baaahaaa!! – pronunció.


Me paré en seco, volví a mirarla y vi que me miraba fijamente. Seguí camino a la barra.

Esta vez, el barman no tardó en acudir.

- ¿Que quieres beber? – me preguntó.

- Un whisky solo y una cerveza con limón cuando puedas. – respondí. Seguía absorto pensando en el balbuceo que salió de su boca. Palabras reprimidas, pensé.

Pagué las bebidas i volví a la mesa. Ahí estaba ella, esperándome. Noté que me necesitaba.

- Hola otra vez. – Le dije. – Esto es para ti. –, y le ofrecí la clara.

- Gggggg, grrragaaaa – respondió ella como pudo. Me di cuenta que se ayudaba de las manos para expresarse. Era muda.

Al percatarme, me fascinó mucho más. Nunca había conocido a una muda en esas circunstancias, y quise saber de ella. La vi más bonita de lo que nunca pudiera haberla visto. Quise, entonces, interesarme por ella, saber que le pasaba, porque estaba tan triste y tan sola.

- ¿Qué te ocurre?, ¿Porqué estas tan sola y triste? – me interesé.

Siguió balbuceando y no lograba entenderla. Movía sus manos con desdén y algo de cabreo. Vi que me señalaba hacia el pasillo estrecho por donde había ido chocando con la gente.

- Gggggghhh, mmmgmm, daaaagggmmg! – exclamó como pudo. Expresaba con rabia algún sentimiento, y no paraba de señalar por aquella zona, como si me quisiera hablar de alguien.

Empezó a hacer gestos como si se estuviera besando con alguien, i entonces comprendí que se refería a la parejita que se estaba dando el lote.

- ¿Qué pasa con ellos?, ¿te gusta él? – pregunté inquieto. Ya estaba cerca de saber que le pasaba.

Negó rotundamente con la cabeza, no era eso lo que le pasaba.

- ¿Es ella?, ¿la conoces? – le pregunté esperando un sí, sabía que sería eso.

Ella asintió efusivamente con la cabeza, y por primera vez pude apreciar una sonrisa en su cara. Por fin la había entendido, pero seguía sin saber el porque de su tristeza.

Continuó gesticulando e intentando hablar como podía. Notaba la fuerza de su garganta intentando sacar las palabras que se agarraban fuertemente en el velo de su paladar y en sus dientes; reacias a salir.

Al fin, después de por lo menos, un cuarto de hora dándome lecciones de mímica y expresión corporal, pude entender realmente cual era su pesar y frustración.

Su ‘amiga’, que había acudido con ella al pub, a la primera de cambio se fue con aquel guaperas, dejándola a ella sola. Pero no solo eso, me contó como pudo, no era la primera vez, que cuando estaban juntas, ella intentaba evitarla, como si se sintiera molesta por su presencia, o algo así. A grandes rasgos, pude apreciar eso.

- ¡Maldita puta! ¿Quién se ha creído que es? – Me enrabietó de verdad saber lo que pasaba. ¿Cómo podía alguien frustrar a una persona de esa manera, aun sabiéndolo?

La cogí de la mano y nos levantemos de la mesa. Nos dirigimos juntos a la puerta, para salir. En nuestra mesa, aun llenos, dejábamos dos vasos, uno de whisky y otro de cerveza con limón.

Nos acerquemos a los tortolitos. Me planté delante de ellos.

- Oye. – le dije al tipo, que me volvió a mirar de arriba abajo, todo vacilón.

- ¿Que poyas quieres?, ¿No ves que estoy ocupado? – Refunfuñó.

Aprecié el choque de miradas que hubo entre ellas. Fue fulminante. A él no le mostraba atención. Con el solo hablaba.

- Lo siento, pero no se que coño haces con una tía que no sabe hablar. – Respondí serenamente.

Me fijé en la expresión atónita que se le quedó a aquella tía despreciable, y como poco a poco fue tomando sus mejillas un tono rosado de vergüenza. Volví la mirada hacia mi chica. Se le veía contenta, muy sonriente, orgullosa, y sobre todo liberada.

La besé con pasión y nos alejemos de ellos sin que pudieran ni siquiera responder. Estaban de piedra. El anonadado y ella sumamente avergonzada.

Abrí la puerta, notemos el frío de la noche en nuestras caras, y desaparecimos abrazados hacia el final de la calle.

“La verdadera grandeza de las palabras se consigue sin necesidad de voz. Un silencio puede hablar por si solo, haciendo callar a voces incapaces de comprender”.